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Luque consolida su «temporadón» en Valladolid

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El tiempo se puso revuelto, esa es la verdad. Nublose el cielo y cayeron gotas, unas pocas. Cuando en esta zona de Castilla llega septiembre no todo es maravilloso, sino ambiguo. Tan pronto en la cosa ambiental emerge un calor sofocante como te pide chubasqueros y rebequitas. Ayer, aquí, en Valladolid, la tarde no era de las que le gustaban a Guerrita, precisamente; pero tampoco “fresca” que es como llamamos al frío los vallisoletanos. Digamos que dejaba estar a los que se sentaron en el tendido—un cuarto del aforo cubierto, más o menos—y la brisilla tampoco incomodaba a los toreros. Así que, cuando partieron Plaza El Fandi, Miguel Ángel Perera y Daniel Luque, con sus correspondientes cuadrillas y demás personal auxiliar de la lidia, las expectativas se cifraban exclusivamente en el juego que pudieran dar o dejar de dar los toros de Fuente Ymbro que aguardaban entorilados bajo los tendidos de sol. Corrida de correcta presentación, sin desmesuras de romana ni aparatosa cornamenta. Toros “entipados” en su encaste, que dirían los cronistas taurinos de nueva hornada. Son los toros que cría Ricardo Gallardo en San José del Valle, por el confín más meridional de la Baja Andalucía. Los fuenteymbros de Gallardo son jandillas con ali-oli; esto es, el toro de bien perfilada morfología que encierra brotes verdes de carácter agresivo de cuando en vez. En resumidas cuentas, el toro moderadamente encastado, con su puntito de picante, como los pinchos que se sirven en los bares y casetas que pululan por la ciudad en estos días de feria. Te pones a comer pinchos y llenas la andorga casi sin darte cuenta, a no ser que te toque el de la guindilla arteramente escondida entre la brocheta o el ali-oli que corona los trocitos de pulpo a la brasa. Entonces, sí; entonces resoplas por debajo del paladar y maldices entre dientes. Tampoco los toros de Fuente Ymbro picaron en exceso. Al contrario, a ellos, les picaron poco. A puyazo por toro, salió la corrida, menos el sexto que, literalmente, no se picó, por orden expresa del matador.

Con este material, se vieron los toreros en la primera de abono de la feria de la Virgen de San Lorenzo, después de que tomaron los capotes de brega tras el nuevo ritual del himno de España al término del paseíllo. El lote de El Fandi fue desaborío. Su primer toro fue saludado por el diestro granadino con dos largas de rodillas, cambiadas y afaroladas, al hilo de las tablas, y después toreado a la verónica con decisión, más con poco eco en los tendidos. El tercio de banderillas lo cubrió el torero con su proverbial facilidad. Fandi banderillea como quien lava. ¡Mira que tiene mérito torear un porrón de corridas en España y América y poner banderillas a, prácticamente, todos los toros que le corresponden en suerte! Ya le pueden corresponder buenos o malos, ladinos o boyantes, que cortan el embroque o se desplazan hacia afuera… A El Fandi, estas minucias le trae al pairo. Él, deja en el morrillo los floreados garapullos con increíble habilidad, haciendo alarde de sus piernas de acero y de su dominio del segundo tercio de la lidia. Dos pares al cuarteo y uno al violín, ¡zas, ¡zas! y ¡zas!: como estos. Ovación mayoritaria. “Qué ‘oficio’ tiene este torero”, se oye por ahí. Indiscutiblemente, Fandila tiene tablas y desempeña perfectamente el rol que le han asignado los públicos durante dos décadas largas de alternativa. Ayer, resolvió con aparente facilidad los problemas de una embestida incierta y cabeceante (la de su primer toro), hasta conseguir sacar muletazos más que aceptables, dadas las condiciones del animal, empujándole hacia adelante y haciendo inútil su alarde de pereza a tomar el trapo rojo de la muleta. El cuarto de la corrida le puso casi imposible el tercio de banderillas, por su acusada tendencia a cortar el viaje al llegar a la reunión; pero resolvió la cuestión con un cambio de terrenos. Después hubo de aguantar mecha con la incierta y renuente acometida del cuarto, ¡vaya si la aguantó! Hasta que el toro entregó la cuchara y David, a su vez, lo entregó al tiro de arrastre de una estocada letal. Saludó dos cariñosas ovaciones, pero, esta vez, se fue sin orejas de Valladolid. Cada año le es más difícil sorprender, porque el público ya se ha acostumbrado a que resuelva los problemas que le plantean los toros en el ruedo. Simplemente eso, que los resuelva; pero, a mayores, como le salga alguno que mete la cara por bajo y se desplaza hasta el final de la suerte, este Fandi es capaz de torear con limpieza y ajuste, que todavía me acuerdo de aquellas tandas de pases naturales a un toro de Torrealta en Bilbao. Sí, aquello lo hizo este torero, que yo lo vi.

Miguel Ángel Perera estrelló su intento de triunfo porque el jabonero que salió en segundo lugar perdió fuelle a pasos agigantados y la faena –en la que ligó algunos buenos muletazos—se fue diluyendo. Aunque pinchó dos veces, colocó una excelente estocada y se le aplaudió, y el quinto sacó a relucir el ali-oli de los encastados fuenteymbros, arreando en banderillas, donde Javier Ambel se lució en dos excelentes pares. Sin embargo, el poderío de Perera surtió efecto y el toro acabó por embestir repetidamente, con bravura y nobleza, lo cual propició que surgieran series de pases en redondos y naturales largos y templados, en una larga faena que culminó con una buena estocada. Tardó en doblar el toro y el personal también se amorcilló. No hubo pañuelos, así que Miquel hubo de conformarse con saludar una ovación.

Había expectación por ver a Daniel Luque, que está cuajando lo que la hipérbole del nuevo lenguaje taurino ha bautizado como un “temporadón”. Realizó dos faenas magníficas y distintas. La de su primero, un toro chivatón de aspecto, acodado de cuerna y estrecho de sienes, más en “núñez” que en “jandilla”, planteó al torero un sinfín de problemas: le probó en los primeros compases de la faena, frenando en la acometida y buscando el bulto de la figura que dejaba atrás. ¿Qué hizo Luque? Pues aguantar a pie firma parones y miradas, hasta que el animal no tuvo más remedio que claudicar y seguir resignado el trazo que le marcaba la muleta, magistralmente manejada por el torero. Fue la victoria del valor estoico y la pulcritud de formas sobre la reticente brutalidad. Inmenso, Luque. Media y descabello. Aviso y oreja. El sexto, repito, se quedó prácticamente sin picar, por expreso deseo de Daniel. La casta brava del toro retinto le hizo “venirse arriba” y desarrollar un caudal de nobleza suficiente para que este diestro de Gerena cuajara una gran faena de muleta. Una más, en este año de faenones cumbres. Metía el bravo y noble toro la cara, hocicando contra los flecos de la franela, y el torero se recrecía, ampuloso y magnífico, en tandas de muletazos de una belleza deslumbrante, adobados en el epílogo por las clásicas luquecinas y demás devaneos que certificaban su aplastante dominio de la situación. El estoconazo hasta los gavilanes, entrando por derecho, parecía el preludio de un premio de dos orejas, pero el retinto se apoyó en las tablas y aguantó una eternidad, hasta que sonó un aviso. Nueva oreja. Daniel golpeó las tablas con furia. La furia del que ambiciona derribar puertas de fortalezas taurinas con la fuerza de un poderío descomunal, como hacían los arietes en la época medieval.

Los costaleros se llevaron sobre sus hombros a un torero vestido de blanco y oro que, a su vez, llevaba encima un cabreo de mil diablos. Es lo que tiene el héroe que sabe lo que tiene, y quiere más. El “temporadón” de Daniel Luque, ya es un hecho incontrovertible.Obispo y Oro, Fernando Fernández Román

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